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La televisión actual logra que el analítico o veedor busque en el pasado, no sólo por revisión histórica sino también por la tentación de decir que fue mejor.
No tan cerca ni tan lejos de esa idea, el horario central por excelencia son las nueve de la noche: programa y formato pensado para la familia, para emocionarse, o distenderse, o simplemente acompañar la comida.
Hoy, ese horario central es corrido vaya a saber cuando termine el anterior programa y así sucesivamente. Por ende, el formato ha cambiado: hay novelas más dramáticas, programas de entretenimiento, rozando lo absurdo, y programas de archivo, recopilando con algún dejo de buenas intenciones, la propia realidad.
¿Quién piensa esa televisión? ¿A partir de que test se decide que va o no? ¿Realmente la gente quiere ver eso?
Por que lo vean no quiere decir que lo pidan, por que se muestre y sea un aparente éxito en las mediciones no quiere decir que el producto sea bueno. La televisión es un medio, una oferta, una imagen que habla permanente, pero quienes hacen que eso suceda son los hombres de los medios y sus contenidos.
Entonces, nosotros espectadores ¿Qué hacemos? ¿Seremos capaces de apagar la tele?
Apretemos mute por un rato, dejemos que nuestra propia voz diga y sugiera que quiere hacer.
Quizás lo mejor sea, preguntarnos como nos fue en el día, contar algo lindo, compartir, y cenar todos juntos en familia para cantarle a la televisión quiere re truco!
Publicado por: Agustín Senatore